Generalizar nunca ha
sido de mis vicios preferidos, pero si lo es contradecirme –droga de diseño,
quedan avisados-. Así que hoy voy a llevarme la contraria y voy a generalizar.
No lo prueben en sus casas –como digo, crea adicción-.
De sobra es ya
conocido el debate que suscitó la publicación del libro “One American Mother Discovers the Wisdom of
French Parenting” ("Criando a un bebé:
una madre americana descubre la sabiduría de los padres franceses"). Según dicha Americana, los padres
franceses saben educar mejor a sus hijos. Afirma que son más estrictos y les enseñan a portarse
bien en sociedad. Además asegura que en el Eurostar
-el tren bala que une París con Londres en tres horas- se puede distinguir la
nacionalidad de un niño sin escucharlo hablar. El que grita y corre por los
corredores entre las filas de asientos con toda seguridad no es francés.
Recuerdo cuando leí un
artículo en el periódico sobre este libro hace ya un año. Recuerdo que mi
instinto de española me hizo pensar << ¡Cómo les gusta exagerar! ¡No creo
que eduquen mejor a sus hijos los franceses!>> (Quien sabe si esto fue
una premonición del destino…), pero claro, yo no tenía argumentos, de modo que
mi mente prefirió olvidar…
Hasta hoy. Hoy tengo
argumentos. Hoy vivo en Francia. Hoy conozco a las madres Francesas. He aquí mi
opinión al respecto:
Más amigas de las
apariencias que de la limpieza; más preocupadas por el entretenimiento de sus
hijos que por su educación; difíciles seguidoras de los rigores de la
disciplina y permisivas insaciables ante los caprichos; poco sacrificadas en la
tarea de recoger juguetes y en la de contar cuentos; despreocupadas y liberales
hasta el extremo; cocineras, sólo una vez al mes, y nada experimentadas en los
remiendos.
Además de esto,
reúnen actitudes cuál ninguna otra mamá: reúnen el coraje suficiente para
aguantar las faltas de respeto de sus hijos sin apenas despeinarse, contar las
calorías que pasan por sus pequeños platos sin utilizar los dedos, y no dejarse
influenciar por el clima ni aún cuando sale el sol; son capaces de sentir el
mismo afecto fervosísimo por sus hijos que por sus niñeras y de callar lo que
verdaderamente piensan sin ser perturbadas por pesadillas por las noches;
Abusan de la indiferencia para con los arrebatos e impulsos de sus hijos, así
como abusan de la pasta y el queso para dejarlos satisfechos con el mínimo
esfuerzo; Inculcan su poca inclinación al sacrificio a sus hijos desde la cuna,
de igual modo que les enseñan a memorizar, antes que a aprender la tarea.
A cambio de esto,
reúnen una cualidad en desuso, que si bien no sustituye ni complementa a las
anteriores, ni tampoco las convierte en mejores madres, hace que se ganen mi
respeto: <<Antes sencilla, que muerta>>.
No sé, querido lector,
que opinión tendrá usted al respecto… Yo sólo conozco dos tipos de madres. Las
despreocupadas y elegantes francesas, y las madres españolas famosas por su
drama-drama-drama para con todo. Y quizás sea porque yo en todo caso
perteneceré algún día al grupo de las segundas, pero yo…
<<¡Antes
muerta, que mamá a la francesa!>>
*¡Ah! ¡Se me
olvidaba! Para esta Americana despistada y por si alguno todavía tenía dudas…
Los niños que gritan a todo pulmón y corretean felices en el <Eurostars>,
en los aeropuertos, en los aviones, en los hospitales… ¡Son Españoles! ¡Que no
haya duda! ¡Es algo que viene de serie!
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